Antes de partir hacia Sri Lanka ya teníamos planificado el itinerario a grandes rasgos; sobre todo porque al menos sabíamos dónde dormiríamos cada noche al haber reservado todos los alojamientos desde España. Como siempre, una cosa es lo que se piensa desde casa organizando el viaje y luego lo que acaba sucediendo… En este caso, cada jornada dio para mucho y aprovechamos casi cada hora del día para visitar lugares, ver monumentos o recorrer parques naturales. Amanecía a las 6 de la mañana y anochecía a las 6 de la tarde y este es el relato de lo que hicimos para disfrutar de todas esas horas.

Día 1: Wilpattu

Llegamos a eso de las 10 de la mañana al aeropuerto internacional de Colombo, donde nos estaba esperando nuestro conductor. Arrancamos motores directamente para desplazarnos hasta el primero de los Parques Nacionales que conocimos en nuestro viaje, el de Wilpattu, a unas 3 horas de trayecto. Es el parque más antiguo y más extenso del país, pero curiosamente el menos visitado. Probablemente porque durante años estuvo cerrado, durante la reciente guerra civil de Sri Lanka. Pueden verse en él numerosos animales: cocodrilos, aves de distintas especies, ciervos… y sobre todo leopardos y osos perezosos. Al ser tan amplio y frondoso, es difícil avistar a toda esa variedad de fauna (por eso Yala suele ser más recomendable) aunque al tener menos afluencia de turistas se puede recorrer mucho más tranquilamente.

No llegamos a tiempo para el safari de la tarde que empezaba a las 3 y aún nos estamos arrepintiendo pues todos los que fueron pudieron ver varios leopardos. A cambio, echamos una siestecilla, disfrutamos de una espectacular cena a la luz de antorchas en el campamento donde nos alojábamos, en las inmediaciones del parque, e hicimos un recorrido nocturno donde avistamos culebras, ratones, aves… y huellas de elefante.

Día 2: Wilpattu y Sigiriya

Primera noche en Sri Lanka y primer madrugón del viaje (así, sin anestesia) para hacer un safari por Wilpattu, desde las 6 hasta las 11. No tuvimos la suerte de ver al famoso felino (ni ese día ni el resto del viaje, ains), pero sí vimos muchos otros animales y sobre todo, a escasos metros del jeep, un oso perezoso desayunando termitas. ¡Super tierno! Aunque nos advirtieron que puede ser peligroso si te lo encuentras a solas y se asusta.

Y de Wilpattu a Sigirya, donde fuimos directamente a escalar su famosa roca. Ya íbamos prevenidos del alto precio de entrada (30 dólares cada uno) así que los pagamos sin demasiado sufrimiento. Nos sorprendió su altura aunque la subida no fue tan dura como inicialmente pensamos. Las vistas desde la cima son absolutamente sobrecogedoras y desde allí vimos atardecer. Inicialmente pensábamos subir a la roca por la mañana pero fue todo un acierto este cambio: el último acceso es a las 5 de la tarde (nosotros entramos a las 4 y media, apurando) y la hora límite para salir son las 6.30: como atardece a las 6 da tiempo de sobra a ver la puesta de sol y bajar.

Al último tramo de subida a la roca de Sigiriya se accede a través de la puerta con las garras del león

Al último tramo de subida a la roca de Sigiriya se accede a través de la puerta con las garras del león

Día 3: Polonnaruwa y Minneriya

Sin tanto madrugar ya, nos trasladamos desde Sigiriya hasta la ciudad monumental de Polonnaruwa, antigua capital de Sri Lanka hace 8 siglos, durante una de las épocas de mayor esplendor cingalés. La entrada también es costosa (25 dólares) pero al menos en este caso parece que está más justificado puesto que ves numerosos monumentos de distintos tipos y la visita da para una mañana entera perfectamente. Eso sí: necesitas algún medio de transporte, sea coche, tuk tuk o bicicleta, porque las construcciones se extienden sobre una superficie de terreno considerable y andar toda esa distancia bajo el sol no es opción.

Por la tarde hicimos un safari por el Parque Nacional Minneriya donde el objetivo era ver elefantes. Objetivo más que cumplido. Íbamos ya sabiendo que era la mejor época para avisar paquidermos en este parque, puesto que en agosto – septiembre se produce un fenómeno llamado “La Concentración”. Numerosos grupos de elefantes se reúnen al atardecer en torno a un embalse y los jeeps pueden acercarse de modo que logras verlos desde muy, muy cerca. ¡Una gozada!

En Mineriya los meses de agosto y septiembre pueden verse decenas de elefantes que se reúnen al atardecer, ¡vaya espectáculo!

En Mineriya los meses de agosto y septiembre pueden verse decenas de elefantes que se reúnen al atardecer, ¡vaya espectáculo!

Día 4: Dambulla y Kandy

De Sigiriya nos trasladamos a Kandy, parando por el camino en las cuevas de Dambulla: cientos de imágenes de Buda de todas las formas y tamaños, esculpidas y pintadas en el interior de estas 5 cuevas. Para acceder a ellas debes subir unas rampas y escaleras por una montaña, desde la que hay grandes vistas. La entrada es gratuita pero debes dejar los zapatos en un puesto de la entrada por 25 rupias (avisamos porque nosotros subimos sin dinero y casi tenemos que bajar y volver a subir porque no nos dejaban entrar con los zapatos en la mano).

Y llegamos a Kandy. Nos sorprendió el ajetreo de la ciudad, con numerosos coches, mucha gente en la calle, muchísimos comercios… Paseamos por su Jardín Botánico, caminamos en torno al lago, vimos un espectáculo de danzas tradicionales y visitamos el famoso Templo del Diente. Debe su nombre a que custodia un diente del mismísimo Buda. Como edificio es realmente bonito y merece la pena la visita (y el precio de la entrada de 6 euros). Pero lo mejor es que cada día a las 18.30 abren la cámara donde está guardado supuestamente: multitud de personas acuden a dejar sus ofrendas de flores y otros objetos y aún más (pues nos sumamos los turistas) hacen cola para poder ver la sagrada reliquia. Por supuesto ésta ni se ve: está escondida en una estructura dorada y brillante (algo parecido al tesoro de las catedrales cristianas) y ésta es lo que se atisva. Pero el ambiente en el templo con la expectación y los montones de flores es realmente especial.

Día 5: Nuwara Eliya

De Kandy nos dirigimos a Nuwara Eliya, atravesando las tierras altas. El clima y el paisaje cambiaron por completo: lluvia, niebla, verdes montañas, extensos campos de té, cascadas… ¡Parecía otro país! Paramos en Blue Fields, una plantación y fábrica donde nos explicaron el proceso de recogida y fabricación de té y pudimos comprar algunas muestras. Hicimos más paradas en el camino para tomar fotografías: de los campos, de las recolectoras de té, de los paisajes… Este nuevo entorno nos parecía mucho más fotogénico.

Llegamos a Nuwara Eliya entre una bruma cada vez más espesa, paseamos un rato por los Jardines Victoria y nos refugiamos de la lluvia en el hotel. Ya suponíamos que la ciudad en sí no sería gran cosa: la justificación para hacer noche allí estaba al día siguiente.

Día 6: The World’s End y tren por las tierras altas

Nuwara Eliya es la ciudad ideal para dormir y madrugar (otra vez) tempranísimo para llegar hasta ¡el Fin del Mundo! Se trata de un acantilado bastante alto y según cuenta la leyenda los días claros se puede ver hasta el océano Índico… Cosa que debe ocurrir 4 días al año porque casi siempre llueve y hay niebla. A las 6 estábamos accediendo al parque natural de las Llanuras de Horton, pasados por agua y con una bruma de no ver a dos palmos. Poco a poco fue despejando, alcanzamos The World’s End y hasta disfrutamos de unas estupendas vistas (sin llegar a ver el mar, tampoco hay que abusar). El camino de retirada del parque hasta salió el sol.

Fuimos a desayunar algo caliente para entonar el cuerpo y nos dirigimos a uno de los tops del viaje: el tren por las tierras altas, desde la estación de Nanu Oya hasta Ella. Salimos con hora y media de retraso y los turistas ganábamos por goleada a los locales en el andén. Afortunadamente nosotros teníamos asientos reservados en segunda clase y pudimos disfrutar muchísimo del recorrido, de 2 horas y media de duración; incluso dejaban dos puertas abiertas para poder asomarse durante el trayecto y hacer fotos. Muchos pasajeros no tenían asiento reservado (son tickets un poco más caros) y tenían que ir en un vagón sin apenas espacio, de pie, con las mochilas puestas en algunos casos… y deducimos que poco pudieron ver. El tren pasa por bosques, campos de té, pueblecitos… ¡Qué maravilla de vistas! Encima, salimos lloviendo y llegamos a Ella con pleno sol.

El recorrido por las tierras altas de Sri Lanka en tren es una maravilla para la vista

El recorrido por las tierras altas de Sri Lanka en tren es una maravilla para la vista

Día 7: Ella y Udawalawe

Ella nos encantó y nos dio mucha pena no pasar allí una noche más; también contribuyó el estupendo alojamiento donde nos quedamos (el Waterfalls Homestay, recomendación de Lonely Planet que no falló).  Es un pueblo de montaña ideal para hacer excursiones por tu cuenta y disfrutar de los numerosos restaurantes y bares. Subimos al pico del pequeño Adam, un paseo facilísimo de apenas una hora de subida y bajada con una bonita panorámica en la cima. También nos acercamos al puente de los 9 arcos (¡justo cuando pasaba un tren!) y a las cascadas Ravana.

El resto de la jornada fue para un nuevo safari, en el Parque Udawalawe. Nos recomendaron hacerlo al atardecer (parece que en temporada seca son mejores las tardes para ver animales) y vimos cocodrilos, aves, búfalos y ¡otra vez elefantes! Si no hubiésemos presenciado “La Concentración” en Mineriya seguro que nos habría gustado mucho más: en Udawalawe los elefantes estaban más dispersos y aunque vimos muchos no era tan impresionante como ver grupos de decenas de ellos juntos. Eso sí, pudimos comprobar cómo se ducha un elefante.

Día 8: Yala

Cuando planificamos inicialmente el viaje, Yala iba a ser una de las paradas estrellas del recorrido, por ser el parque cingalés en que era más probable ver leopardos. Descubrimos después que casi todos los años los bloques 1 y 2 de Yala, los que se visitan generalmente y donde más animales se avistan, cierran en los meses de septiembre y octubre por la sequía. Permanece abierto el bloque 5 que es donde se realizan los safaris y donde existe aún la posibilidad de ver mucha fauna e incluso a nuestro amigo felino. Así que nos la jugamos y decidimos intentarlo. De hecho nos picamos tanto que hicimos dos safaris en Yala: uno por la tarde y otro a la mañana siguiente.

Pese al cierre del sector principal, sorprendentemente había muchos jeeps en el parque. En el de la tarde disfrutamos viendo todo tipo de animales: monos, ciervos moteados (sí, bambis), búfalos, águilas, búhos y otras aves, mangostas… A última hora hubo un par de amagos de ver al leopardo, con jeeps a la carrera cada vez que alguien creía ver algo, incluso sobrepasamos la hora de cierre del parque (las 6 de la tarde) pero salimos sin lograrlo.

En Yala vimos montones de ciervos moteados (o como prefiero llamarlos, Bambis)

En Yala vimos montones de ciervos moteados (o como prefiero llamarlos, Bambis)

Día 9: Yala y Tangalle

En el safari de la mañana en Yala nos centramos en buscar al leopardo, ignorando la búsqueda de cualquier otro animal: vimos huellas recientes suyas en numerosas ocasiones y en diferentes sitios, un par de jepps aseguraron haberle visto cruzar entre la maleza sin darles tiempo a hacer la ansiada foto… Parecía como si fuésemos pisándole los talones todo el tiempo pero tampoco pudo ser.

¡Menos mal que nos esperaban las playas de Tangalle para quitarnos la pena! En apenas 2 horas nos plantamos en la costa y nos pusimos el bañador. Eso sí: para pasear por la orilla, admirar su incuestionable belleza y bañarnos en la piscina del hotel, porque darse un baño en el mar era inviable, ¡vaya olas! Y con la playa llegó el cambio de dieta: adiós arroz con curry, hola pescado fresco (y nuestra felicidad completa).

Día 10: De Tangalle a Mirissa

Salimos de Tangalle con rumbo a otro pueblo playero, Mirissa. Por el camino fuimos parando en otros lugares costeros impresionantes: Dickwella, Talalla, Matara y Polenha (ésta última es la playa que tenía las aguas más tranquilas que vimos en todo Sri Lanka).

Llegamos a Mirissa y  nos conquistó: no sólo por lo belleza de su playa y porque permitía darse un chapuzón, sino por lo divertida y animada, con montones de restaurantes, bares, gente paseando, tomando cócteles, aprendiendo a hacer surf… Vivimos el mejor atardecer del viaje, sentados en la arena con un mojito en la mano.

Día 11: Excursión a ver ballenas

Pero ni en la playa nos libramos de madrugar. La causa lo merecía: ir en busca de ballenas. Y no cualquiera, no, la ballena azul, el animal más grande del planeta. Habíamos leído que era fácil verla en la costa de Mirissa, que estos mamíferos suelen frecuentar la costa sur de Sri Lanka. Pero aún así éramos escépticos. Zas, en toda la cara: no una ni dos, sino hasta 4 ballenas azules vimos. Eso sí: el mar estaba bastante agitado y la mitad del pasaje nos mareamos y sufrimos un poco. El tour lo hicimos con Raja & The Whales: no son baratos pero respetan la normativa internacional de acercamiento a las ballenas.

Recuperados del mareo, vuelta a la playa: sol, paseo, baño, siesta, mojito, cena. Una rutina a la que podríamos acostumbrarnos…

Día 12: Galle

Continuamos con el coche bordeando la costa cingalesa, ascendiendo desde el Sur hacia el Oeste. En esta zona es posible conseguir una de las fotos más icónicas de Sri Lanka: los pescadores zancudos. Los auténticos, los que siguen viviendo de la pesca, son difíciles de ver, pues ejercen su trabajo en los zancos más alejados de la orilla y al amanecer y al atardecer. Luego están los pescadores de fotos, que posan para los turistas a cambio de unas rupias (y esos son los que captamos nosotros, la verdad).

Casi llegando a Galle, paramos en la que fue nuestra playa favorita: Jungle Beach. ¡Una maravilla! Muy tranquila, de oleaje y de turistas. Tras un último baño, nos dirigimos a Galle, una ciudad colonial por la que pasaron portugueses, holandeses e ingleses (en ese orden) aunque la principal influencia arquitectónica la dejaron los de Países Bajos. Habíamos leído que era la ciudad más bonita de Sri Lanka y lo confirmamos. Al menos la zona fortificada, dentro de las murallas. Paseamos por éstas y por las callejuelas de Fort, vimos otro maravilloso atardecer desde los bastiones de piedra frente al océano, hicimos cientos de fotos a los edificios coloniales que aparecían a cada paso y nos entretuvimos fisgando bares y restaurantes para cenar, pues la oferta era tan amplia como apetecible.

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Día 13: Negombo

Éste fue el único error de nuestro viaje. El avión de vuelta a España salía a las 10.30 de la mañana, así que pensamos que sería mejor dormir cerca del aeropuerto y evitarnos un último madrugón. Las opciones eran Colombo, la capital, y Negombo, un pueblo de costa. Nos decantamos por éste: la idea de un último atardecer en la playa nos sedujo. Pero Negombo no nos gustó nada: la playa más sucia que vimos en Sri Lanka, demasiados grandes hoteles juntos y el nuestro encima no era nada del otro mundo. Lo único que salvó la estancia fue cenar en un original restaurante y darnos un último homenaje gastronómico.

¡Y esto es todo, amigos! Quedamos realmente contentos con el itinerario y lo variado que resultó. En próximos posts iremos detallando más los principales lugares por los que pasamos, en qué hoteles nos hospedamos, dónde comimos… ¡Seguimos!
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Viajera, internetera, cinéfila, inquieta, 2.0

16 Comment on “Diario de viaje de Sri Lanka

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