“No ha de maravillarnos que el azar pueda tanto sobre nosotros, desde el momento que vivimos por azar”

Cuando planeamos un viaje siempre somos conscientes de que habrá planes frustrados, lugares a los que no nos dará tiempo a llegar o momentos en que la suerte decidirá si aquello que tenemos tantas ganas de presenciar, sucederá o no ante nuestros ojos. Son ya muchas situaciones las así vividas: en Sri Lanka no logramos ver al esquivo leopardo pese a intentarlo con hasta tres safaris, en Nueva Zelanda tuvimos que cancelar alguna excursión por el mal tiempo y a Madagascar llegamos con dos días de retraso por una aerolínea desastrosa. Son riesgos que se asumen como parte de la aventura de viajar.

Y de repente llega Islandia. Y todo, absolutamente todo, sale bien. No hablamos de las pequeñas cosas en las que hay más posibilidad de acierto / error: perderse buscando una dirección, pagar de más en un restaurante o tener un vecino de habitación ruidoso que te deja una noche sin dormir. No.

Nos referimos a las grandes motivaciones que te llevan a elegir un destino. Ésas en las que el azar, que no puedes controlar ni de lejos, dicta su sentencia, a veces cruel, a veces benévola. Los dioses islandeses dictaron a nuestro favor en todos esos casos que eran vitales para nosotros. Por eso decimos que ha sido nuestro viaje de la suerte ¿Necesitas pruebas para creerlo? Vamos con ellas.

Decidir las fechas en que viajar a Islandia fue una de las elecciones más costosas para nosotros: según la hoja del calendario en que estés, hay unas cosas que puedes ver y otras que no. Los frailecillos, por ejemplo, esas aves tan graciosas imagen de un alto porcentaje de postales islandesas, están en el país entre mediados de abril y mediados de agosto. Pero nosotros los vimos el 5 de septiembre en la playa Reynisfjara en Vik, en la costa Sur. Apenas podíamos creerlo… No había muchos, pero allí estaban. Y super activos, volando y asomándose a las columnas de basalto que caracterizan esta costa. Más suertudos aún nos sentimos cuando nos escribió por Twitter otro viajero que, yendo al día siguiente al mismo sitio, comprobó que los frailecillos ya habían volado…

Los últimos frailecillos que quedaban en Islandia a principios de septiembre

No fueron los únicos animales que nos acompañaron. Comprobamos que hay más ovejas que personas y nos encontramos granjas de caballos junto a la carretera durante muchos kilómetros: incluso dormimos en un par de ellas, con lo que nos garantizamos ver de cerca a los típicos equinos islandeses. La suerte (y el consejo de los locales) nos permitió ver focas en los fiordos del Oeste, primero, y en la célebre laguna de icebergs Jökulsárlón, después.

Pero si había un representante de la fauna del país que dudábamos mucho poder llegar a ver era el zorro ártico. Para asegurarte, debes ir a la Reserva Natural Hornstrandir, en el extremo noroeste de la isla, y no estaba incluida en nuestro itinerario. Una vez más, la suerte estuvo de nuestro lado: en la granja Laugabol, donde nos alojamos nuestro segundo día en Islandia, no solo tenían caballos (dato con el que contábamos) sino también dos cachorros de zorro polar que estaban cuidando, al haber sido encontrados abandonados por un cazador de la zona. Pudimos verlos, jugar con ellos, hacerles fotos, ver cómo les alimentaban… ¡e intentar seguirlos! ¡Qué energía!

Cachorro de zorro ártico que conocimos en una granja de caballos donde nos alojamos en los fiordos del Oeste

El objetivo principal de muchos que llegan a Islandia es vivir una noche mágica con las auroras boreales tiñendo el cielo de verde. La teoría dice que la mejor época para ello es entre octubre y marzo, cuando hay menos horas de luz. Éramos plenamente conscientes de ello cuando decidimos fijar nuestro viaje en verano: ya habíamos visto auroras en Noruega tres inviernos atrás y priorizamos otras experiencias que solo se dan en los meses estivales en Islandia.

Pero en realidad los 3 ingredientes básicos para cocinar un cielo verde son oscuridad, ausencia de nubes y alta actividad solar y todos ellos bien pueden darse en una noche de finales de agosto… Los chefs boreales nos prepararon dos festines durante el viaje: el de la noche del 31 de agosto (mi cumpleaños, para más inri) fue un espectáculo incomparable. Nunca habíamos visto auroras así, bailando y moviéndose por todo el cielo, con tonos verdes, rosas y hasta amarillentos. Apenas dormimos y Diego hizo unas cien fotos extasiado.

Nuestra noche verde: auroras boreales ocupando todo el cielo sobre el Guesthouse Stöng en Islandia

Y es que la meteorología ha sido de lo más generosa con nosotros. Por supuesto no nos libramos de varios días de lluvia: pero siempre nos las apañamos más o menos para no mojarnos en exceso y para poder visitar prácticamente todos los lugares planificados (aunque confesamos que nos quedó clavada la espinita de ver el lago Jokulsárlón con el sol brillando sobre sus icebergs…).

Incluso contamos con varios días de cielo totalmente despejado y sol. Lo mejor fue que estos nos coincidieron con jornadas en las que teníamos planificadas rutas de senderismo, que con lluvia habrían sido mucho más complicadas de hacer. Sobre todo, el trekking en Landmannalaugar jamás lo olvidaremos: la luz iluminando sus montañas de colores y permitiéndonos ver en su máximo esplendor este increíble lugar de las Tierras Altas…

Y si hay sol y hay agua tienes un arco iris. Lo que en Islandia equivale a que en un día despejado, ver cascadas es una gozada. Dettifoss nos impresionó por su enormidad y la potencia con que caía el agua, pero sumando el arco iris a la ecuación, el resultado era de dejarte sin habla. Y cuando ya has visto esto, ¿qué más puede impresionarte? Llegar a Skofagoss y ver dos arco iris, uno sobre otro (personalmente ni sabía que eso podía suceder).

Vista de la cascada Dettifoss desde la orilla este, Islandia

Y así fuimos acumulando miles de fotos y muchos minutos de grabación de vídeo, estrenando el drone a lo grande. Claro que siempre hay imágenes que sueñas conseguir antes de un viaje, de ésas que has visto en Internet y quieres poner ante la cámara… Para Diego una de ellas era el atardecer desde detrás de la cascada Seljalandfoss. Llegamos a toda prisa, el día en que tuvimos más sitios que visitar e íbamos con menos tiempo, en el momento justo en que empezaba a ocultarse el sol. Nos mojamos más que ningún día para situarnos en el lugar preciso (junto a decenas de personas más, todo sea dicho) y ¡tachán!

Atardecer visto desde detrás de la catarata Seljalandfoss, una de las fotos que soñábamos conseguir en Islandia

Sí, Islandia fue nuestro viaje de la suerte en general. Pero el último día nos tenía guardado un pequeño acto para equilibrar un poco la balanza… El azar hizo que pinchásemos una rueda a 3 horas de devolver el coche, que la rueda se negase a salir pese a intentar sacarla incluso entre varias personas, que la agencia de alquiler no tuviese a nadie cerca para enviarnos, que estuviésemos varias horas esperando… Y que finalmente, gracias al consejo paterno vía whatsapp, fuésemos capaces de quitarla con la ayuda de una gran piedra 😀 ¡Otra vez nuestra buena suerte islandesa!

“El último escalón de la mala suerte es el primero de la buena”

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Viajera, internetera, cinéfila, inquieta, 2.0

18 Comment on “Islandia, nuestro país de la suerte

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