A falta de visitar Colombo, la capital del país por la que simplemente pasamos para aterrizar y para coger el vuelo de vuelta a Madrid, la “gran ciudad” de nuestro viaje por Sri Lanka fue Galle. Después de parques naturales, templos, campos de té, safaris y playas, pensábamos que ya lo habíamos visto prácticamente todo en esta isla. Pero no: una vez más, nos llevamos una sorpresa.
Galle es una ciudad de estilo colonial por la que pasaron a partir del siglo XVI portugueses, holandeses e ingleses (en ese orden) aunque la principal influencia arquitectónica la dejaron los de Países Bajos en el siglo XVIII, coincidiendo además con la época de mayor apogeo de la ciudad. Su importancia estuvo marcada por su puerto, por el que pasaba gran parte del comercio asiático. De hecho, yendo mucho más atrás en el tiempo, se cree que Galle era el puerto de Tharsis referido en la Biblia como el lugar del que el rey Salomón mandaba traer marfil y pavos reales.
Habíamos leído también que era la ciudad más bonita de Sri Lanka y lo confirmamos. Al menos la zona dentro de las murallas. Y es que los holandeses construyeron una gran fortaleza defensiva en torno a su núcleo histórico, el llamado Fort Galle, que ha prevalecido hasta nuestros días y es por ello Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.
Llegamos a Galle en coche desde Mirissa. En el trayecto entre ambas ciudades es posible conseguir una de las estampas más icónicas de Sri Lanka: los pescadores zancudos. Los auténticos, los que siguen viviendo de la pesca, son difíciles de ver, pues ejercen su trabajo en los zancos más alejados de la orilla y solo están en ellos mientras trabajan, al amanecer y al atardecer. Los más accesibles por tanto son los pescadores de fotos, que no se ganan la vida pescando sino posando para los turistas a cambio de unas rupias (y esos son los que captamos nosotros, todo sea dicho).
El mejor plan en Fort Galle es pasear sin rumbo por sus calles tranquilas y admirar los numerosos edificios de estilo colonial, bien conservados, que vas encontrando. Recorrer el perímetro total de la fortaleza y ver de cerca sus robustas construcciones también es interesante. Y sobre todo, caminar sobre las murallas al atardecer, con una vista impresionante del sol poniéndose sobre la bahía: un espectáculo que tampoco los locales se pierden.
Merece la pena acercarse hasta el faro, no demasiado alto, pero de color blanco que ayuda a que se vea en la distancia. Justo al pie de éste se encuentra una calita a la que los habitantes de Galle suelen ir a bañarse. No obstante, si tienes medio de transporte propio, te recomendamos ir hasta otra playa cercana llamada Jungle Beach. ¡Una maravilla! Muy tranquila, de oleaje y de turistas.
Otro gran placer que pudimos experimentar en Galle fue recorrer sus callejuelas en busca de bares y restaurantes, pues la oferta de locales es tan amplia como apetecible:
¡Y hasta aquí todo lo que dio de sí nuestra estancia en Galle! De dos días, una sola noche. Para conocer la ciudad es tiempo suficiente, aunque de buena gana nos habríamos quedado más para seguir disfrutando de esos paseos y esos atardeceres.
Nos alojamos dentro de la zona fortificada, más cara que el resto de áreas de Galle, en el Antic Guesthouse. Además de su ubicación, lo más llamativo era su decoración vintage, con muebles de madera envejecida, lámparas artísticas y mil colores. ¡Digna de mil fotos! Y su desayuno, a elegir entre opción occidental y menú cingalés, para empezar el día con curry (y con fuerza). Todo por 52 euros la habitación doble con desayuno.
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