Hace poco más de dos años viajamos al lugar más lejano posible desde nuestro país, España (si nos ceñimos a este planeta, claro) y nos enamoramos hasta el punto que desde entonces solemos bromear con que nos jubilaremos allí. Nueva Zelanda nos conquistó. Nos quedamos con ganas de más y nos faltaron algunas visitas importantes, pero éste fue nuestro recorrido: 15 días, 13 noches, aprovechados al máximo.
El 30 de octubre de 2012 a las 14h00 llegamos al aeropuerto de Auckland después de un viaje eterno de 24 horas con 2 escalas (Dubai y Melbourne, con Emirates Airlines). Recogimos el coche de alquiler en el aeropuerto y nos lanzamos a conducir en sentido contrario con el jet lag, ¡olé! Luchamos contra el sueño paseando por Auckland y pasamos nuestra primera noche en las Antípodas.
Al día siguiente a las 9 primera excursión, para conocer la isla de Rangitoto. Nacida recientemente de un volcán, su oreografía es muy peculiar y tiene unas grandes vistas panorámicas de la ciudad de Auckland. Ésta fue la primera pista de la actividad volcánica de la isla Norte de Nueva Zelanda, de la que veríamos muchas más… La tarde la teníamos libre para seguir conociendo Auckland, pero yo tuve el jet lag más fuerte de mi vida (allí son 12 horas más que en España) y estuve durmiendo del tirón hasta el día siguiente.
Segundo día y comenzamos el road trip. De Auckland a Rotorua, un trayecto de 3 horas en coche, pero con dos paradas intermedias espectaculares. Porque… ¿qué hace que Nueva Zelanda sea conocida mundialmente? No, los kiwis no. ¡El Señor de los Anillos! Esta trilogía y la más reciente de El Hobbit se han grabado allí, en distintos puntos del país, pero nosotros elegimos ir a la Tierra Media: Hobbiton.
Y después de una experiencia de película, a por otro hit neozelandés: las Cuevas Waitomo, famosas por un particular gusano que resplandece y adorna toda la cueva (y a las que no se permite fotografiar, así que tendrás que ir a verlas en vivo y en directo).
Llegamos a Rotorua y… veamos… Rotorua es una ciudad que huele a huevo podrido (y no es broma). En realidad el olor procede del azufre y de otros gases que emanan del suelo y que ves colarse entre los adoquines de sus aceras o salir de estanques y lagos en sus parques. ¡Alucinante! En definitiva, encuentras por todas partes pruebas de la intensa actividad geotérmica de la isla, que, de hecho, fue la protagonista en nuestro tercer día allí.
Primero en el pueblo de Whakarewarewa donde puedes ver cómo los maoríes aprovechan los géiseres para cocinar y para baños termales. Y después en Wai-o-tapu, un parque con géiseres, lagos burbujeantes o cráteres volcánicos como atracciones principales.
Por la tarde nos trasladamos a Taupo y después de una hora de coche llegamos a un pueblo en torno a un precioso y enorme lago, con el telón de fondo de las montañas del Parque Nacional de Tongariro. Tras hacer noche allí, continuamos el road trip.
Primera parada en las cercanas cataratas Huka en el río Waikato, de un azul turquesa precioso y con un torrente de agua espectacular. Atravesamos el Parque Nacional de Tongariro (más conocido como Mordor en El Señor de los Anillos). Las condiciones climatológicas no acompañaron (lluvia y viento) con lo que no pudimos hacer ninguna excursión ni ver mucho más allá de la carretera que lo atraviesa. ¿Para la próxima vez? Ojalá…
Cinco horas en coche después, llegamos al extremo sur de la isla Norte: Wellington, la verdadera capital de Nueva Zelanda (no es Auckland, como seguro que tú también pensabas, aunque tiene más superficie y población). Para estas alturas del viaje ya habíamos entendido que las ciudades no eran (ni de lejos) lo más destacable de este país. Lo único memorable de Wellington es que, para refugiarnos de la lluvia, nos tomamos un estupendo café con tarta en el Archivo de Cine de Nueva Zelanda (Ngā Taonga Sound & Vision) donde, casualidades de la vida, estaban celebrando un ciclo de cine español.
Al día siguiente, bien temprano, cogimos el ferry que sale de Wellington con destino a la isla Sur. Inicialmente dudábamos de si pasar de una isla a otra en avión y nuestra decisión final no pudo ser más acertada.
¡El viaje en el Interislander es una maravilla! Las vistas de las costas y fiordos son impresionantes y, pese al frío viento, muchos nos pasamos el trayecto en la cubierta del ferry haciendo fotos como locos.
Llegamos a Picton, cogimos otro coche de alquiler y nos dirigimos a Nelson. ¡La isla Sur nos esperaba!
P.D. Nuestro agradecimiento a Belén Vilares, amiga y super agente de viajes que nos ayudó a organizar este viajazo porque solos no habríamos tenido tiempo para hacerlo.
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