Segundo capítulo de nuestro road trip desde Verona. En el primero recorrimos parte del Norte de Italia; sí, parte al menos en este viaje, pero ya te iremos contando más sobre la Toscana y el Véneto, igual que ya te hemos hablado de los Dolomitas, porque llegamos a conocer esta región bastante bien durante los 6 meses que Diego estuvo viviendo allí. Así que abandonamos la bella Italia y nos adentramos en la Costa Azul francesa, una de las regiones más caras para un viajero, oh la la.
Día 1. Afortunadamente, también es una de las regiones más bellas de recorrer (y eso que veníamos de la Toscana, que deja el listón bien alto). Y es que conducíamos por la archiconocida carretera de las Corniches, con vistas panorámicas de la costa y pasando por Niza, Cannes, Mónaco… ¡Amor y lujo! ¿Y dónde decidimos parar para pasar un par de días? En Antibes, una pequeña ciudad muy próxima a éstas otras tan glamourosas, mucho menos célebre, pero un poco más económica. Ya habíamos estado en Niza y Cannes en ocasiones anteriores y paramos brevemente en Mónaco para dar un paseo, así que elegimos Antibes para quedarnos en lugar de las ciudades más conocidas de la zona, ¡y fue todo un acierto! Concretamente dormimos dos noches en Le Ponteil, una villa reconvertida en hotel, céntrica y con ambiente familiar.
Día 2. ¡Día de playa en Antibes! Playa rodeada de murallas y torres sarracenas, eso sí. Porque esta ciudad, de origen helénico, con ocupación posterior romana y construcciones medievales, conserva intacto su casco antiguo y con él todo el encanto de un pequeño municipio histórico. Y después de un día playero-histórico-cultural (¡menuda mezcla!), llegó la noche musical. Porque la principal razón para elegir Antibes era que nuestra estancia allí coincidía con la celebración del Festival de Jazz de Juan Les Pins: además de a los viajes somos muy muy aficionados a los conciertos y festivales de música, así que si podemos aunar ambos hobbys, mejor que mejor. Pudimos ver un par de grupos de jazz (desconocidos para nosotros hasta ese momento pero con un directo de lujo) y disfrutar de un conciertazo de Jamie Cullum. ¡Así, sí!
Día 3. Pasamos el ecuador del viaje yendo de Antibes a Marsella, donde hicimos un rápido reconocimiento turístico de la ciudad del que merece la pena destacar la Basílica de Notre-Dame de la Garde, tan impresionante ella como las vistas desde su posición en las alturas y todo el camino de subida (hay autobuses, no hace falta peregrinar a pie). Y tras pasar el día en Marsella, vuelta a la carretera hasta llegar a la ciudad medieval francesa por excelencia: ¡Carcassonne! Allí nos alojamos en un apartamento (¡enorme siendo sólo para 2!) a 500 metros del recinto amurallado histórico.
Día 4. Recorrer el complejo arquitectónico de Carcassonne bien puede ocupar un día completo: pasear por sus murallas, conocer el castillo (muy bien reconstruido y acondicionado para los turistas) y la historia de la ciudad, entrar en la basílica-absolutamente-maravillosa de Saint Nazaire (no te la pierdas por nada), disfrutar de la recreación de un torneo medieval, visitar sus tiendas de vinos, quesos, chocolates… (querrás probarlo todo). Y para la noche, picnic especial. Por azar, resultó que Carcassonne también estaba en pleno festival musical de verano, dentro de la ciudad amurallada. Como no quedaban entradas, nos situamos en una muralla cercana (se podía oír decentemente) y mientras anochecía, nos tomamos el vino y el queso que habíamos comprado en las maravillosas tiendecitas que vimos durante el día. Plan bueno, bonito y barato, una noche muy especial.
Y con este buen sabor de boca (sabor a vino, queso y chocolate) dejamos atrás Francia, como ya lo hicimos con Italia, y entramos en territorio patrio por La Jonquera, ¡que aún quedaba road trip por delante!
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