Recuerdo las primeras veces que visité el Guggenheim. Había vuelto a vivir a Vizcaya tras años fuera, para estudiar en la Universidad. El museo apenas tenía 2 años de vida y me fascinaba su edificio. Nunca entendí del todo lo que alberga en su interior, eso llamado “arte contemporáneo”. En cambio, el arte exterior que lo envuelve lo comprendí y admiré desde el primer momento. Un buque plateado varado en la orilla de una ría, la del Nervión, que vio partir en su día muchos barcos, aunque dudo que ninguno fuese tan bello como éste.
El Bilbao industrial ha dado paso al Bilbao turístico. Y el Guggenheim simboliza esta transformación. Tanto como el propio Nervión, testigo de cómo donde había fábricas y astilleros ahora hay modernas y elegantes construcciones. ¡Quién te ha visto y quién te ve!
Muchas veces he visitado las exposiciones del museo, más veces aún he caminado por sus alrededores. Pero nunca había hecho una visita guiada al Guggenheim: es curioso que actividades que encontramos de lo más normales mientras viajamos a ciudades extrañas nos sean tan anormales en nuestras propias ciudades.
El Museo Guggenheim Bilbao fue inaugurado en 1997, para mostrar obras de arte contemporáneo como parte de la Fundación Guggenheim. El coste total del proyecto de 133 millones fue asumido por el Gobierno Vasco, con lo que el museo funciona en realidad de manera independiente a la Fundación. Acoge exposiciones permanentes, con obras adquiridas por el propio Guggenheim Bilbao, que combina con otras temporales de diversas temáticas, casi siempre del siglo XX. Cada 4 o 5 meses cambian tanto unas como otras. Con dos excepciones, dado que forman parte de la propia estructura del edificio. Una es la instalación de paneles luminosos con frases de Jenny Holzer que se encuentra nada más acceder al museo (de esta artista había además una gran exposición temporal, casi restrospectiva por el gran número de obras, cuando visitamos el Guggenheim). La otra es la escultura con dos planchas serpenteantes de Richard Serra, en la sala dedicada a este artista. Fue la primera pieza suya en incorporarse al museo, a las que se sumaron posteriormente las existentes hoy, pasando a formar el conjunto denominado “La materia del tiempo”. Esta sala expositiva es además la más grande del mundo sin columnas ni capiteles.
Durante una hora y media, nuestra guía Susana, perteneciente al departamento de Educación del museo, nos acompañó mientras recorríamos las salas expositivas repartidas en las 3 plantas del Guggenheim, explicándonos tanto los orígenes de éste como las obras que se estaban exponiendo en ese momento.
No somos expertos en arte y probablemente el contemporáneo es el que nos es más ajeno, con lo que el tour nos fascinó. Obras que nos parecían incomprensibles o incluso absurdas, cobraron sentido y comprendimos su significado. El precio de la actividad, de 31 euros por persona, incluye también la entrada al museo, de 17 euros por adulto, con lo que nos parece que es un coste adicional que merece la pena pagar. Y mucho.
Después de ese primer recorrido con Susana y con sus explicaciones en mente, pudimos visitar todas las salas expositivas a nuestro aire y dedicarle el tiempo que nos apeteció. Además puedes salir del edificio y volver a entrar cuando desees, dentro del mismo día. Y es que el exterior del Guggenheim merece también un atento paseo para admirarlo: no pasa inadvertido a nadie y no es necesario pagar ninguna entrada para ello.
El edificio fue diseñado por Frank O. Gehry, siguiendo su característico estilo de formas orgánicas y emulando un enorme barco, en honor al pasado portuario bilbaíno. Las cifras de la construcción son reseñables: 4 años de trabajo; 32.000 metros cuadrados en total, de los que 11.000 son de superficie expositiva repartidos en 19 salas; 33.000 planchas de titanio reciclado (en su mayoría procedentes de la industria aeronaútica rusa) de medio milímetro de grosor cada una; 2.500 piezas de cristal; suelo de piedra caliza traída de una cantera granadina; y ni una sola superficie plana en su estructura.
Conviene observarlo desde distintos puntos, ya que su aspecto cambia considerablemente según la perspectiva: una flor, visto desde arriba; un buque, mirándolo desde la ría; un pez, fijándose en las placas de titanio que emulan las escamas…
Sin olvidarse de esos elementos exteriores que se han convertido en tan icónicos como el propio museo. Puppy, el perro florido de 12 metros de altura creado por Jeff Koons y que custodia la entrada. Mamá, la araña de Louise Bourgeois situada en la parte trasera, junto a la ría. Muy próximo a ésta, El gran árbol y el ojo, una columna de esferas plateadas del indio Anish Kapoor. Envolviendo a ambas, a cada hora en punto, Escultura de Niebla de la japonesa Fujiko Nakaya.
Aunque el Guggenheim es “la joya de la corona”, puedes realizar muchas otras actividades turísticas en Bilbao sin olvidarte, como no, de disfrutar de su excelente gastronomía: una ruta por las barras de sus bares y sus mejores pintxos es imprescindible. Y si dispones de más tiempo, siempre puedes acercarte a otros lugares cercanos e interesantes, como San Sebastián, Vitoria o San Juan de Gaztelugatxe.
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