He estado en París 7 veces. La primera vez que la visité, hace casi 20 años, era una niña que soñaba con ver con sus propios ojos esa ciudad romántica de la que había visto cien películas y mil pósters (de ahí precisamente este post sobre localizaciones de cine en París). Tal vez por esa fascinación infantil que la rodea, para mí, a día de hoy después de haber viajado por muchos más lugares desde esa primera vez, sigue siendo la ciudad más bonita del mundo. Así que este post es una declaración de amor a París, eso sí, con argumentos.
Si siempre decimos que la mejor forma de conocer una ciudad es caminándola, en París es una obligación. Sobre todo porque andar por ella es muy agradable, gracias a la reforma urbanística comenzada por Napoleón y continuada por su sobrino, Luis Napoleón Bonaparte, que ensanchó las calles y boulevares (el París medieval era un entramado de callejuelas sin ventilación y con graves problemas de higiene), obligó a limpiar fachadas, limitó la altura y arquitectura de los edificios, etc. El resultado es un París amplio, que pese a albergar a millones de habitantes y turistas, rara vez te crea sensación de agobio cuando la recorres.
Pero mi barrio favorito para pasear es sin duda Montmartre, el barrio bohemio por excelencia, hogar del mítico Moulin Rouge y donde vivieron artistas como Gaugin, Matisse o Modigliani. Aún hoy en día conserva parte de ese espíritu (si bien los pintores que ves por la calle son más bien caricaturistas que asaltan a los turistas), con su basílica blanca del Sacre Coeur, su tiovivo de Amelie y sus escaleras empinadas. Es desde luego un oasis en medio de París: como si salieses de la gran ciudad y te encontrases en medio de un pueblo de calles empedradas y casas bajas.
Pasear por las riberas del Sena es otro placer ineludible. Siguiendo la corriente del río que atraviesa París se accede también a los principales puntos de interés de la ciudad. Empezando por la catedral de Notre Dame, rodeada literalmente por las aguas del Sena, con sus gárgolas, sus rosetones de cristal multicolor y su imponente construcción gótica. Las colas para entrar serán largas; más aún para subir a sus tejados desde donde disfrutar de las vistas; pero no puedes dejar París sin verlas, la espera merecerá la pena.
Caminando un poco más, llegamos al museo del Louvre, el más visitado del mundo, precursor del resto de museos europeos y estadounidenses modernos, con obras maestras de la talla de La Gioconda o la Venus de Milo. Entrar en él puede suponer la perdición: horas paseando por sus galerías admirando su colección. Si no tienes las fuerzas o el tiempo, siempre puedes recorrer sus exteriores, sobre todo el patio con su famosa pirámide, construida en los años 80 para albergar el hall desde el que distribuir a los visitantes del museo.
Casi en frente del Louvre, en la orilla opuesta del Sena, se encuentra el que para mí es el mejor museo parisino: el museo d’Orsay. No puede competir en fama ni en cantidad de obras magnas con el Louvre, pero sin embargo es el paraíso de los amantes del impresionismo. Sólo la edificación en sí ya merece la pena: una antigua estación de tren de la que se conserva perfectamente la estructura, con una iluminación exterior perfecta. No se necesita tanto tiempo para recorrerlo como el Louvre y disfrutarás revisitando las pinturas impresionistas que estudiaste en tus libros escolares ¡porque están todas allí!
Retomando el paseo por el Sena, pasarás por los jardines de Tullerías, la plaza de la Concordia, los Campos Elíseos, la explanada de los Inválidos… Pudiendo cruzar en todo momento de una orilla a otra por los diversos puentes, si bien, uno destaca por encima de todos los demás: el puente Alejandro III, uno de los más más largos de la ciudad y, sin duda, el más bello, con sus esculturas y adornos dorados.
Y caminando, caminando, llegamos al símbolo parisino por excelencia: la torre Eiffel. Quién iba a decirles a los franceses que esta construcción, tan denostada y criticada por la inmensa mayoría cuando se edificó con motivo de la Exposición Universal celebrada en París en 1889, acabaría convirtiéndose en el icono inconfundible de la ciudad. Nuevamente te esperan colas para subir a sus alturas pero, esta vez de veras, no puedes perderte las vistas de la ciudad desde su mirador. Y para completar la experiencia, no te pierdas los alrededores: paseo por el Trocadero y picnic en los Campos de Marte bajo la sombra de la torre Eiffel.
Este mismo recorrido por las orillas del Sena puedes hacerlo en barco: hay cruceros para todos los gustos y horarios. Fui reacia durante mis primeras visitas a hacer uno porque me parecía una turistada, hasta que finalmente lo probé. Y es una gran turistada. La ciudad aparece aún más preciosa, si cabe, y con calma y sin cansarse puedes ver de nuevo los principales puntos turísticos. ¿Es mejor tomar un crucero de día o de noche? ¡Difícil cuestión! Nosotros elegimos las vistas nocturnas, para completar los paseos diurnos a pie, porque París también hay que admirarla a la luz de las farolas.
En cualquier caso, es una ciudad infinita y siempre te sorprende: no importa cuántas veces haya estado, en cada visita descubro un nuevo rincón encantador. Y si te cansas de París, coge el tren hasta Versalles: en mi opinión el famoso palacio barroco no merece tanto la visita como sus jardines, que son realmente dignos de ver. Además, la extensísima zona ajardinada de 800 hectáreas, con estanques, árboles, setos de mil formas, estatuas y flores, es de libre acceso, con lo que podrás pasear horas por allí libremente.
Paseos y monumentos a parte, vamos con las cuestiones prácticas. ¿Dónde dormir? Es difícil encontrar alojamientos con buena relación calidad / precio en el área central de París. Para localizarla exactamente, la zona centro es la que está delimitada por la Périphérique (algo así como la M-30 en Madrid). El que mejor responde a este equilibrio de los que conozco es el Art Hotel: a un paseo de Montmartre y muy bien comunicado gracias a su cercanía a la estación Gare du Nord.
¿Dónde comer? Éste es para mí el gran punto débil de París: comer bien es realmente caro. No conozco el restaurante definitivo que pueda aconsejar sin asomo de duda, la verdad, así que sólo puedo recomendar, para no arruinarse:
No obstante, no importa cuánto me cobren por un café y un triste sandwich, le perdono todo a París y estoy deseando volver… Siempre descubriré un nuevo rincón que me enamore.
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